Domingo 28 de agosto, último día de vacaciones. Esto se acaba y no quería dejar pasar el último día de mis vacaciones para cerrar, como debe ser, este blog que durante mi periodo de descanso ha sido el hilo conductor entre nosotros. Sí, lo sé, que en las últimas semanas el hilo ha estado un poco descolgado y comunicando, pero soy de la opinión de que las cosas hay que hacerla con ganas y si en estas semanas no he escrito demasiado es porque, quizás, no tenía ganas de hacerlo.
Terminan unas vacaciones de las que no me puedo quejar en duración y contenido, ya que he descansado, comitido principal de las mismas, he viajado y disfrutado de la playa. Vamos, lo que se suele hacer en unas vacaciones de verano.
Si algo ha marcado la última parte de mis vacaciones eso ha sido mi viaje a Marsella de una semana. Por primera vez en mi vida salía de las fronteras españolas en un viaje y por primera vez visitaba el país vecino, Francia, y no lo hacía para ir a París, destino estrella de muchos. No, lo hacía para pasar siete días en la ciudad más antigua de Francia y la segunda más grandes del país galo. Estoy hablando, como ya sabeis, de Marsella. Una ciudad para ir descubriendo poco a poco, como la definí durante mi estancia en ella, así como la ciudad de las múltiples vistas. Mi marido le ha dado un 7 a la ciudad, calificación que comparto. Marsella es una ciudad inmensa en extensión, multicultural y muy étnica, ya que por sus calles lo que predominan son negros y moros, muy bien comunicada por bus, metro y tranvía para recorrerla, y con una temperatura muy agradable para el verano. Me quedo con la Marsella del mar, la marítima, la que gira en torno al mediterráneo.La Marsella del Vieux Port, la de las islas de Frioul y el Castillo de If, la de sus calas y Les Calanques, la que se contempla desde Notre Dame de la Garde y la Marsella de las grandes avenidas comerciales. Una semana en la que han convivido a la perfección el turismo de asfalto, el monumental, con el turismo de costa, ya que no ha habido día en el que no haya remojado mi cuerpo en las cristalinas aguas del Mediterráneo. El plan perfecto, al menos para mí, para disfrutar de las vacaciones, ya que no concibo el verano sin playa, y hacer sólo turismo, con estas calores que padecemos, puede llegar a cansarme.
Me ha gustado Sandrine y su piso made in Ikea. Un apartamento muy cuco, alquilado, en el que hemos convivido esa semana, en un edificio bastante antiguo, por cierto, asentado en un barrio, como la propia ciudad, muy moro y negro. No soy racista, Dios me libre, pero es incómodo a veces convivir en estos enclaves, no por nosotros, sino por la actitud tan cerrada que pueden mostrar a veces, sobre todo los moros, estas comunidades hacia los que no son de su círculo.
De Marsella me traigo unas estampas grabadas en mi retina muy bonitas, también en mi cámara, así como, no podía ser de otra manera, jabones, y unas pastas de anis que, por cierto, aún no hemos abierto.
Tras el disfrute y conocimiento de otras ciudades y culturas, ahora toca volver a la ciudad, poner los pies en el suelo, poner fin a las vacaciones y retomar la rutina que dejé parada a mediados del mes de julio. Dejo atrás unas vacaciones muy bien organizadas en las que las dos escapadas que he realizado han estado bien ubicadas en el tiempo para que no se me hagan, al final, muy largas las vacaciones. Vuelvo con las pilas recargadas y con ganas de hacer cosas, aunque antes debo aterrizar en la oficina, en mi ordenador y en mi correo electrónico,para poner al día la actualidad nazarena. Ha sido un placer compartir mis vacaciones con vosotros y seguiremos en contacto en los quehaceres cotidianos de un periodista local.
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