Buenos días, de nuevo, diario. De vuelta a casa tras cuatro días de desconoxión y sobredosis de playa. Aunque mi cuerpo diga hoy lo contrario, me ha sentado de lujo este parón estival en el que no he hecho practicamente nada. Por eso yo lo llamo desconexión en Doñana. Porque me marcho de acampada al camping del mismo nombre con una de las mejores playas prácticamente virgen de la zona y porque desconecto un poco de la vida en la ciudad. En medio del campo y con una playa al lado me he pasado practicamente todo el día bañándome, tomando algo de sol y leyendo mucho. Estos han sido los tres pilares de estos días de vacaciones, además de disfrutar de la compañía de una de las personas imprescindibles en mi vida para que los días, sean en Dos Hermanas o Doñana tengan sentido: mi marido.
He leído tanto que practicamente llegué a la playa con el libro La mano de Fátima, de Ildefonso Falcones, por la mitad y me lo he terminado en la playa. 350 páginas en tres días. Que se dice pronto, pero es parte de la terapia: tumbarme en aquel paraje perdido de la mano de la multitud, en el que sólo oigo el mar y los pájaros, y sumergirme en la lectura del libro en cuestión. En este caso, una trepidante historia sobre los enfrentamientos entre moriscos y cristianos en la Andalucía de finales del siglo XVI y principios del XVI a través del personaje de Hernando, un morisco que vive en primer plano esta situación, involucrándose en la conservación de los valores y las tradiciones moriscas en una sociedad en la que los cristianos querían barrer con todo. Un claro ejemplo, según el autor, de xenofobia en España.
Por lo demás, la estancia en el camping muy tranquila, nada que ver con los fines de semana. El ambiente entre semana es más familiar y apenas se oyen ruidos indeseables o sonidos molestos. El chip es distinto, en días laborables está gente que va al camping a descansar, a vivir sus vacaciones, suelen ser acampadas de estancia larga y, como decía, mas bien familias. Los fines de semana llegan toda esta patulea de indeseables que se van al camping como el que se va de fiesta, pensando que todo vale, y no es así.
Sólo un pequeño incidente, tampoco nada del otro mundo, ha enturbiado nuestra tranquilidad. Tras instalarnos el lunes en nuestra parcela, al día siguiente al volver de la playa vimos que nos habían desmontado la estructura que separa la parcela del resto y nos habían puesto unos pilares de madera donde antes no los había. Un hecho que nos dejó algo descolocado, ya que las parcelas colindantes estaban vacías, una zona que estaban reformando y pensábamos que nos teníamos que ir de allí. Tras comprobar la ineptitud del personal de recepción que no me supo decir qué estaban haciendo allí y por qué nos habían desmontado la parcela. Tuvimos que esperar hasta la mañana siguiente para que unos operarios, llegados del lejano Hinojos, nos dijeran que lo que estaban es cambiando la dirección de las parcelas.
En fin, que ayer volvimos a una Dos Hermanas muy caliente, muy hot(como diría Nacho Polo), para acudir a nuestra última clase de natación del mes de julio. Un día especial, en el que nadamos menos de lo habitual, ya que había preparada una cena para el final. Detalle del que no teníamos constancia, sobre todo, que cada uno tenía que llevar un plato. Aunque con las manos vacías, nos quedamos a probar los ágapes que habían preparado los compañeros, algunos de ellos delicatessen, sin faltar la repostería, con varias tartas y otros caprichitos. Ah, se me olvidaba, me entregaron una medalla por mis buenos méritos en el agua. En agosto mas.
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